Un servicio de Anestesia (o de cualquier especialidad, ya que estamos) es como un árbol. Tiene sus raíces bien plantadas en la tierra. A veces, esas raíces son añosas, llenas de nudos que cuentan las dificultades por las que ha pasado el árbol para crecer, pero lo sostienen contra viento y marea. En ocasiones, pasan incluso por encima del asfalto para seguir creciendo. Otras veces, las raíces se pudren por demasiada agua o demasiada escasez. Y el árbol se cae. Pero vamos a pensar en los que sobreviven, en esos árboles que siguen creciendo cada año y a los que cada año, después del examen MIR, les salen nuevos brotes. Esos brotes, que en un principio, son débiles y dependen completamente de la rama de la que salen, van creciendo. Aprenden a hacer la fotosíntesis (aunque en los servicios de Anestesia la luz natural sea algo que escasea), a nutrirse del tronco madre, a florecer y a echar frutos. Cada año recogemos una cosecha de frutos que han madurado. Algunas caen cerca del tronco y contribuyen a enriquecer esas raíces. Otras, se recogen para que su sabor se mezcle con el de otras cosechas. Pero siempre queda el hueco de su plenitud en la rama de la que han sido arrancados.
Este año, como todos, mi servicio, mi árbol, ha dado sus frutos. Tres personas de las que me siento orgullosa. Totalmente diferentes entre sí, pero al mismo tiempo tan iguales. Tercos como una mula pero cariñosos, trabajadores y curiosos. Fui su residente mayor cuando eran R1 y su adjunta después durante tres años. Y ahora, vuelan por libre, como si la oruga se hubiera convertido en mariposa. Y yo, que soy una rama verde de ese árbol que los ha formado, no puedo evitar el nudo en la garganta al verlos volar solos.